Saudade de futuro


Diana abrió la cortina. Miró el cuerpo de Jorge en la cama, un cuerpo que sólo podría describir como obscuro. Tenían tres días encerrados en la pensión.

Se conocieron en un restaurante de la zona turística de Tánger. Llegaron casi al mismo tiempo Uno de los meseros les explicó, en una mezcla de francés y español, que sólo había una mesa disponible; pero sino tenían incoveniente en compartirla los atendería de inmediato. Por regla, Diana hubiera descartado la idea, pues sentía un odio ilimitado por los mexicanos, pero al escuchar la pronunciación pausada de Jorge, cedió. Se presentaron. Diana se felicitó, su ojo clínico seguía intacto, ningún mexicano le pasaba inadvertido.

Al principio le recordó a un personaje de la novela Hombre lento, pero Jorge no excedía los treinta y cinco años y no le habían amputado la pierna. Diana alargó la plática pidiendo en cuatro ocasiones café. Supuso que si ella no se acercaba, él, muy educado, se despediría en la puerta del restaurante. Así que Diana le pidió que la acompañara por unas horas, no quería pasear sola por calles que apenas conocía.


Diana era guatemalteca. Tenía treinta y nueve. Estudiaba un postgrado en Barcelona. Durante esas vacaciones había planeado conocer los países del Mediterráneo africano. Era divorciada.


Por la tarde recogieron del hotel las maletas de Jorge. Antes del llegar a la pensión de Diana, se besaron. Al entrar a la habitación, ella notó que Jorge estaba cohibido. Hablaron mucho rato.


Después de tomar una ducha juntos, se tumbaron en la cama; continuaron hablando. Diana se enteró del por qué Jorge viajó a Marruecos:


"En mi casa había bien pocos libros, entre ellos un Atlas que a los cinco años me parecía enorme. Me entretenía con los mapas, con las múltiples líneas que cruzaban las superficies del papel. Entre todas las banderas, la que más me gustaba, era la de Marruecos; el contraste de los colores, el escudo que es una estrella; por supuesto a esa edad, era sólo atracción, puro placer visual. Un año después uno de mis tíos me llevó al partido entre los africanos y Portugal, en el estadio Jalisco, durante el mundial del 86. Los marroquís eran tan hermosos, con una hermosura que podría calificar de enigmática; y no sólo los que estuvieron en la cancha, sino los que estuvieron a nuestro lado en la tribuna. Los atuendos, el perfil de sus rostros me fascinaron. Muchos años después, en tiempos distintos. leí en sendas novelas que el destino sólo se alcanza en alguno de los callejones de Tánger, que la imagen plena, la voz madura se logra en uno de sus hoteles."


Jorge remató la última frase con una risa irónica. Diana no supo cuanta verdad había en el relato, es más ni siquiera era eso, era una exposición de motivos demasiado azarosa y baladí. Ninguna persona en sus cabales, dedujo, viajaría a otro continente para encontrar su destino, para encontrar sus razones. A menos, claro, que el viaje tuviera relación con una promesa religiosa. Por lo que Diana le había escuchado a Jorge esto no era así, él no aparentaba ser un fanático, mucho menos un fanático musulmán. Más bien tenía el talante de ser un empleado sin muchas expectativas.


Diana observó las piernas de Jorge, se sorprendió al encontrar dos tatuajes en la pierna izquierda. Uno era escritura japonesa y el otro un escarabajo. Diana deseó que Jorge pronto despertara y le diera una explicación tonta de por qué se dibujó eso en la piel.

1 comentario:

dèbora hadaza dijo...

"Diana deseó que Jorge pronto despertara y le diera una explicación tonta de por qué se dibujó eso en la piel."

me hizo reir Diana, yo pedì una explicaciòn asi, pero no mas con los ojos.

Elefante
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costasinmarcostasinmar