En una transmisión de americano:
Para los novatos los primeros años son muy duros. La velocidad del partido es demasiada. No logran leer las jugadas, aun cuando las entrenan, cuando las miran incansables en los televisores. La velocidad sólo les permite seguir la inercia. Algunas ocasiones adivinan una reversible o una trampa. Su cuerpo es sólo músculos y la reacción de sus nervios. Al no saber exactamente de dónde vendrá el golpe están siempre en riesgo de lesionarse.
Cuando cumplen el quinto año su mirada se acostumbra a la velocidad y son capaces de leer cada jugada, de conseguir una visión de campo enorme. El ritmo ya no los asfixia, comprenden la complejidad de las posiciones y de las estrategias. Dosifican su fuerza. Ahora las lesiones se producen por cansancio y por hastío.
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La única noche que vi a mi padre feliz fue en 1988.
Durante la infancia mi padre cada año sólo convivía conmigo durante quince días: frente al televisor mirábamos la postemporada de béisbol.
Esa noche en casa del abuelo era el primer juego de la Serie Mundial.
Los Dodgers perdían desde la segunda entrada: 4-3, después de un grand-slam de José Canseco.
La fatídica séptima entrada había ocurrido y nada cambió. Un duelo de pitcheo. Mi padre estaba sentado en la cama, maldijo en cada uno de los dobleplays, en cada uno de los ponches.
Mi abuelo hablaba de viejos partidos.Ahora sé que lo hacía para no estar nevioso: inventar historias para huir.
Después de que Oakland bateó basura en la parte alta de la novena, mi padre fue a orinar. Yo subí el volumen del aparato durante los comerciales. Mi abuelo me acarició la cabeza. Mi padre entró.
Los primeros dos bateadores quedaron fuera pero el tercero logró llegar a la primera base. Mi padre gritaba que metieran a un bateador emergente, pongan a un puto emergente, carajo. En la caja de bateo apareció Kirk Gibson, un tipo que estaba lesionado, al que se veía le dolía la rodilla. La cuenta se fue a lo máximo: tres bolas y dos strikes. Hubo varios fauls. En cada swing Gibson se notaba más lastimado. El "Mago" hablaba de aquella serie mundial de 1938.
Gibson solicitó tiempo. Se acomodó la manga del brazo izquierdo. Entró a la caja. Movió el bat y conectó como nunca he visto que alguien conecte, mi padre se levantó de la cama, vi su rostro y su risa.
Era la novena baja, era el 5 a 4, era Gibson cojeando por las bases, era mi padre que me abrazaba.
De eso van 21 años.
1 comentario:
Recuerdo esa serie mundial: la última que he segudi partido a partido. Gibson era un tipo rudo golpeado por la vida y las lesiones. Ahora me lo puedo imaginar sentado en su casa con vista a Venice Beach, con una botella de whisky en las manos, una bola de tabaco en la boca, vestido con bermudas y una camisa hawaiana: y la rodilla hinchada, doliéndole.
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