Imagino a una mujer que sale hacia su trabajo a las diez y media. Estará en un bar durante ocho horas: aparecerá en vitrinas que tienen como fondo una casa de California, un hospital, un cuarto de hotel, un supermercado. Al terminar el turno irá a un McDonald's. Escribirá una carta para su hija mientras mira a los niños que ríen en los juegos. Si alguno de ellos se acerca, en la bolsa la mujer guarda dulces. Casi a las nueve se levanta y se dirige a casa. Al llegar enciende las lámparas. Guarda la carta entre otras muchas en un cajón del clóset. Su hija ahora cumplirá trece años. La mujer abandonó su hogar hace once. Pensó que no soportaría volverse vieja, odiar a su marido, ser mala madre. Apaga las lámparas. Duerme. Mañana saldrá a las diez de la mañana. No quiere estar tarde en el trabajo. Desde hace unos días el tráfico aumentó.
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Pensó que no soportaría volverse vieja, odiar a su marido, ser mala madre. Apaga las lámparas. Duerme. Mañana saldrá a las diez de la mañana.
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