Salgo de la oficina.
Harto.
Escuchar seis horas a mujeres que hablan del frío y de las persianas nuevas no está bien.
Siento ganas de golpear a la más vieja.
Decirle que ya no regrese, que no joda con su cháchara.
El que no debe regresar soy yo.
Voy al banco.
Al llegar encuentro una fila enorme.
Cuarenta minutos de espera.
Mínimo.
Intento mi cara de tipo duro, de tipo que nació aburrido.
Pienso que no necesito todo esto de los cheques y los cajeros y los números rojos en pantallas negras.
Pienso en mi última relación verdadera: once meses que terminaron con odio, con baba, con sangre, con asfixia.
Las otras mujeres con las que he vivido no cuentan; estar semanas en su casa, ocioso; no vale la pena ni siquiera anotarlas.
Estoy a dos turnos.
Pero los imbéciles encargados hoy están más mongólicos que de costumbre.
Frente a mí un enclenque de unos cincuenta años cuenta montonales de billetes.
Pasa el dinero y hace un montón.
Más dinero y otro montón.
Tres putos montones.
Los recuenta.
Treinta y siete mil pesos.
El bastardo enclenque para qué necesita esa cantidad y para qué la cuenta frente a mí.
Lo que quiere es que al salir lo tire, le propine dos patadas y que los miles estén en mi mano.
Con esto llego cagado de la risa a Tánger.
Un turno.
El enclenque no se mueve, pone el dinero en un clip tamaño elefante y lo guarda en el pantalón.
Da unos pasitos de pitufo.
El mongol que atiende se equivoca.
Me llama.
No pierdo de vista al enclenque.
Rápido, pinche bufón de corbata azul de rayas, cambia el cheque, rápido.
Salgo del banco.
Busco al cincuentón y nada.
En el Sanborns leo el último número de los equis.
Tenía razón el pinche horóscopo: Planeas un viaje, pero el estímulo económico no llegará tan pronto.
1 comentario:
No mames, hermano. Despues de tanta nostalgia de la reniñez . . . ese humor negro asoma siempre. Suavecito o desenfadado. Me gustó cabron!
Llame la atención en la oficina porque reí en voz fuerte (Im supose to be working . . .)
X cierto, una falta de ortografía en "bastado" (pa q no digas no te leo wey)
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