Detrás de la fotografía escribe: archivo, agujas, saliva (Beatus ille).

















Luego de los 35 años, ya con un archivo de enfermedades, pérdidas y separaciones, la pregunta es si nuestra juventud fue el paraíso que nos prometieron.
Al mirar las fotografías de ese periodo, encontramos las agujas que pinchan nuestra madurez. El día en que el médico nos da el diagnóstico y confundidos solo atinamos a agradecerle, las semanas que duermes en la sala porque tu pareja no tolera pasar la noche contigo, el rostro de los burócratas que redactan la última acta de tu padre, la que certifica que su cuerpo ya no está. En las imágenes existe también ese líquido de aroma y sabor magnífico que es la pasión, esa sustancia que enardeció nuestros músculos, que deshiló la espesura de nuestra saliva, que nos impulsó hacia nuestro cuerpo y el de los otros.
Existen otras preguntas: ¿Por qué creímos y basamos nuestros deseos en esa promesa? ¿Es fantástico o atroz el futuro de nuestras fotos de juventud? Cuando los adolescentes – nuestros propios hijos– nos reconocen como viejos, ¿qué es lo que notan? ¿La carencia de ese líquido que a los veinte nos hacía respirar de manera distinta las salidas de madrugada del trabajo, la dulce fatiga del sexo?


incendios de los ojos y los pechos verdes, primavera
que ardía oscura,
entonces también el desierto en verde y en verde las
aguas de un Leteo
que encontramos en una playa del mar de Veracruz y
olvidamos verdes de alegría
recién nacida
limpiamos en aguas mansas y verdes las penas
envidiables ah veranos:
naranjas dulces entonces, verdes esmeraldas,
asustadizas verdes, muy
jóvenes entonces.
                                                           [“Entonces”]





Texto completo en Bazar Americano.






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