We don't have to breed




Desde hace semanas sueño que soy otros hombres. Me levanto; pregunto quién soy. Una mujer de ojos color olivo me contesta eres tú y estás en casa.



Una noche era un joven de 20 años, muy delgado. Tenía el pelo húmedo. Abordaba un tren. Abría la ventana: el sonido de las vías y del aire. Acerqué el rostro a los brazos, tenían un sabor fuerte y amargo.


En otra era un hombre mayor en una estación de autobuses. Delante de la fila para comprar los boletos había una mujer y dos niños. El más pequeño era yo, a los 13. Con un suéter verde que le robé a mi abuela y un pantalón deshecho con un pants abajo que aún me queda, 16 años después.



Recuerdo de esa época un tsuru rojo. Roberto (el otro niño en la fila de los boletos) y yo pasabamos allí cuatro horas por la tarde. Escuchabamos el In utero siete veces en un cassette blanco con las letras borradas. Era el único lugar donde nadie preguntaba por qué el tipo gritaba por cuarenta minutos. Creía que era por la úlcera en el estómago o por la droga. Aún no sabía nada de la asfixia.

2 comentarios:

dèbora hadaza dijo...

no sueñas que eres tú y también eres el otro que platica contigo?

Anónimo dijo...

Si alguna vez tuvimos veinte y tenemos añoranzas rock&nroleras de cassettes, ¿nos acosa de pronto una mayor certeza de que hemos de desaparecer junto con el CD?

Elefante
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costasinmarcostasinmar