La anterior semana está hecha de citas de libros que había leído y ahora revisito. Libros que de sólo tocarlos me paralizan.
Estar vulnerable. De eso se trata, dices. De no saber, de no tener claridad. Por momentos eso existe: esa confusión, esa falta de puntos. También existe una casa y en ella una silla y tú y yo temblando, con la respiración difícil.
Muevo algunas bolsas. Podría ser que mi casa deje de ser una bodega. Podría ser que pasáramos tardes leyendo y escuchando ruiditos.
En uno de los libros encuentro una fotografía de Ireneo, es un trozo de imagen, en algún momento la rompí para no ver mi rostro ni el de su madre. Ireneo tendrá unos cuatro años, está disfrazado y no mira directamente a la cámara. Le muestro la foto a mi madre y después de unos segundos dice: "¿Quién es? ¿Neneo o Carlos?" Hasta ese momento noto el parecido. Mi hijo por lo menos en ese instante es idéntico a mi primo, el tipo con el que no hablo desde hace doce años por un malentendido.
Otro hallazgo. En uno de los cajones hay un papel con un fragmento escrito, carece de procedencia, pero recuerdo que es de la Sontag:
Al igual que la estatua está sepultada en el bloque de mármol, la novela está dentro de la propia cabeza. Se intenta liberarla. Se intenta que la cosa horrible en la página se aproxime a lo que se piensa que debería ser el libro.
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