Aviso de ocasión


Danieels era su apellido. Tenía un negocio de fletes en la frontera sur de México. Lo conocí en diciembre, cuando pasé una quincena en un hotel de Chiapas, a la espera de unos amigos chilenos que fueron detenidos por el ejército en Honduras. Nos encontrábamos en la misma cantina por las madrugadas, él fondeaba allí debido a su trabajo y yo, porque era preferible escribir en la barra a soportar los moscos y el calor del cuarto. Hablábamos del mal funcionamiento del drenaje público, de las prostitutas de la calle vecina. En una noche en que Danieels no bebió, me hizo partícipe de esta historia:



"No siempre me dediqué a esto de los camiones. De muy joven fui nadador. Incluso antes de los dieciocho ya era seleccionado de mi país. Poseía buenos registros. Pero lo mejor fue acudir a unos juegos olímpicos. Tres años de preparación, de no salir de la alberca. Días felices. Inmensamente felices. Hubo un mundial donde alcance una plata en dorso y un cuarto lugar en mariposa. Mi distancia eran los doscientos. A unos días de los juegos hubo comerciales de televisión, entrevistas, pocas, pues en mi país son muchos los que tienen posibilidad de medalla, la visita al presidente y al final el desfile en un estadio repleto y el ruido de los gritos y de los cohetes. En mis dos semifinales terminé con el segundo mejor tiempo, incluso por unos minutos tuve un record mundial. Pero había un gringo, un fulano no muy distinto a mí, pero que era monstruoso. Era electrizante verlo nadar, ver cómo se divertía. El gringo tenía como meta ganar las ocho competencias en las que se inscribió. Y lo hizo. Yo obtuve dos medallas de plata, pero no estuve ni cerca de él. Sólo fui uno de los que venció sin esforzarse. A pesar de eso, me hicieron muchísimas entrevistas, incluso en mi país hice un programa especial: era el hombre que compartío la piscina con el mejor de todos los tiempos. En casa ese estigma seguía. Pronto se olvido, pero llegaron los siguientes juegos. Yo estaba retirado, pero formaba parte del cuerpo de entrenadores. Otra vez entrevistas, ahora, incluso, en un canal norteamericano donde reunieron a los otros seis competidores de plata que enfrentaron al gringo. Muchas alabanzas y comparaciones. Nosotros éramos a los que les faltaba técnica o teníamos los brazos dos milímetros más cortos o el torso menos ancho. Pasaron esos juegos y otros. Después leí una noticia que anunciaba la muerte del gringo. Sentí que era una noticia exclusivamente escrita para mí. En mi ciudad cuando muriera no habría ni siquiera obituario, a partir de esa muerte yo había desaparecido, ya nadie me compararía con él. El gringo estaba solo en la eternidad, como decía un periodista. Por eso estoy acá, era lo mismo morir aquí, que en cualquier otro parte."



Danieels no sonrió. Esperaba que yo siguiera con la conversación. En vez de eso dejé de mirarlo, cerré mi cuaderno y fui a dormir a mi molesto cuarto de hotel.

2 comentarios:

dèbora hadaza dijo...

Tambien para ti desaparecio...

bueno, hasta que lo escribiste.

Ya no soy yo. dijo...

Me gustó, sólo siento que "mi molesto cuarto de hotel", exagera un poco la pose.

Elefante
,,
costasinmarcostasinmar