“El Paraíso Perdido nunca estuvo
atrás. Quedó adelante”, escribe Poitiers. El futuro una imposibilidad, una historia
de ciencia ficción: pérdidas, enfermedades. Eden
(Mia Hansen-Løve, Francia, 2014) narra esta certeza. Un par de jóvenes
franceses, Paul y Stan, al final del siglo veinte deciden ser djs. Fiestas,
madrugadas, clubes de sexo, drogas (la valija completa de lo que la
mercadotecnia nos ha vendido como juventud y felicidad). Logran cierta fama en
los círculos subterráneos y en los raves (los quince nanosegundos prometidos),
viajan a EU, graban discos, firman contratos. Rompen con sus familias (en lo
sentimental, porque el dinero de sus madres los mantiene a flote cuando hay
dificultades financieras), con sus múltiples parejas. En algún momento, Paul le
presenta a una chica su nueva canción, ella le responde: “Está bien para
bailar, pero no para oírla todo el día ni durante años.” Una frase equivalente
a la de Juno: “No esperaré a que te
conviertas en Kurt Cobain”. La moda electrónica termina (las pasarelas musicales
son inestables como la alta costura y las mesas de novedades de las librerías,
una novela pierde interés luego de dos
semanas sino se convierte en bestseller). Paul y Stan a sus treinta años comienzan
a tocar en bodas, en fiestas donde el noventa por ciento de los invitados no
pagan sus entradas ni sus tragos. Paul consigue dos empleos, pasó de ser una
casi estrella de música pop a vendedor de seguros (turno vespertino) y a empleado
en el departamento de atención a clientes de una compañía de electrodomésticos
(turno nocturno). A los 36 es una persona con una grave depresión y una crisis
debida a su adicción a la cocaína. Los sábados por la tarde asiste a un taller
de escritura (ese lugar donde las
personas tienen agendas con citas canceladas, con el prólogo de un divorcio, con
el calendario de las vacunas de sus hijos y con algunas frases de Rimbaud y
Foster Wallace). Paul no lee sus textos durante las sesiones, asegura que sus tramas
son malas, que tal vez en algunos meses lo hará, cuando las haya pulido. En
este momento imagino de qué van sus cuentos: el reverso de la mitología del
éxito, un hombre que perdió su juventud detrás de una tornamesa y cuyo honor
más grande fue compartir cartel con Daft
Punk. Una escena antes del final, una chica del taller le asegura a Paul
que su actitud le recuerda a un poema de Robert Creely, “The rythm”. Ella le
regala el libro donde aparece. Esos versos confirman aquello de que el futuro
es una cinta de ciencia ficción y más. El porvenir, una película de Europa del
Este, donde las tragedias son hermosas, lentas
y terribles: “Todo es un ritmo,/ desde el cerrarse/ de una puerta hasta
el abrirse/ de una ventana.// […] Los chichos crecen/ hasta ser solo viejos./
El pasto se seca,/ la potencia se va” (Versión de Sandra Toro). El resto de la
película son los créditos y una canción
que no escuchabas desde hace veinte años.
1 comentario:
Escalofrío. ¿Estaré perdiendo yo también mi juventud con otras drogas? Tardaré años en saberlo.
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