El asunto no tiene nada que ver conmigo. Tiene que ver con una pareja joven con tres niños que se mudó a una casa de mi ruta a principios del verano


Al Andréi.


Viajar para dibujar un mapa imaginario. Pintar en un muro la ruta que hicimos para llegar a una calle de Nueva York. Darnos cuenta de que dormir en un hotel de allá es tan parecido a dormir en un hotel del centro de esta ciudad, aunque claro las camareras allí son rubias.


Rodrigo Rey Rosa: Ha venido usted muy temprano.
Costa sin mar: Disculpe. Es que la alarma de mi celular sonó dos horas antes. Y preferí venir con usted a estar dando vueltas alrededor del hotel.
RRR: Siempre está la biblioteca, hombre.
Csm: Si quiere vengo en un rato.
RRR: No. Acompáñeme a desayunar y allí platicamos.

A pesar de estar en un doceavo piso eludimos los elevadores. En el cuarto estoy sin aliento. Él me mira y reprueba mi condición física. Entramos al comedor.

RRR: ¿Es su primer viaje?
Csm: No. Hace unos meses hice uno muy largo.
RRR: Mi primer viaje fue extraño. Era más joven que usted. Dejé Guatemala para trabajar unos meses aquí en los EU. Hice de todo: mesero, cargador de mudanzas, encargado de una tienda, fotógrafo, traductor. Necesitaba dinero para ir a Marruecos.
Csm: ¿Por qué Marruecos?
RRR: Porque allí vivía Bowles y porque lo que más deseaba era ser escritor.

Rey Rosa sorbe un poco de té. Está callado unos minutos.

RRR: Cuando llegué a Tánger, no sabía francés ni conocia las costumbres ni el islam. Sólo tenía la dirección que la editorial de Bowles me había dado. El pueblo en que él vivía quedaba a cinco días en camión. Hice el trayecto casi sin pronunciar palabra. Recorrí muchos kilómetros sin ninguna certeza. Nada garantizaba me recibiera, incluso no sabía bien a bien si la dirección correspondía efectivamente a Bowles. El camión se retrasó, así que al séptimo día yo estaba desesperado. Casi no había dormido. Durante ese tiempo intenté leer El cielo protector pero no lograba pasar del primer párrafo. El chofer anunció, eran las cuatro de la tarde, que habíamos llegado al pueblo que yo buscaba, al bajar sólo había una casa grande de madera con la pintura blanca muy vieja. Era algo así como una comisaría o un local del correo. Había un negro joven que ejercía de encargado-intendente-cartero que sabía un poco de inglés y un poco de español. Intenté explicarle a quién buscaba. Después de mucho me indicó un camino y explicó que si no me perdía llegaría en unas tres horas. Cerca de las diez de la noche toqué a una puerta. Me abrío un hombre que pensé muy joven para ser Bowles. Me hizo pasar y preparó una bebida muy amarga. Ninguno de los dos hablamos esa noche. Al día siguiente, pasado el mediodía, me preguntó quién era y qué quería. Le dije la verdad: necesitaba que alguien me enseñara a escribir. Me miró largamente y después pronunció una frase que me cambiaría: Está bien, te tomaré como secretario. Viví con él durante ocho años.

Después de esto la conversación se resolvió mayormente con monosílabos. Los dos estábamos en otro lado. Pensando en lugares en los que dormimos durante muchas horas o en los que olvidamos una postal en la que se conserva la caligrafía de un hombre al que vimos con mucha pasión mientras se rasuraba.
A Rey Rosa lo visité cuatro días después. Le dije que ya conocía la biblioteca. Le regalé unas fotografías que mi mujer había tomado de un muchacho blanco que andaba en patines dentro de un edifico. Él me dedicó un libro. Recuerdo que no nos estrechamos las manos en ninguna de las dos ocasiones.


2 comentarios:

dèbora hadaza dijo...

me hubiera gustado caminar tres horas para encontrar a un desconocido, no sé si 7 días...

el andrei dijo...

Hay encuentros que se vuelven secretarios literarios. Hay otros que finalizan en cuatro días sin estrecharse las manos. Ambos se esfuman.

Gracias por la dedicatoria culero.

Elefante
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costasinmarcostasinmar