Nunca nadie nada




Entra esta porquería de luz de septiembre por el ventanal de la oficina. Un hombre se detiene en mi escritorio y antes de su voz escucho el choque de las tazas que trae en la mano derecha. Me saluda. Después de las preguntas de rigor, comenzamos a hablar acerca de unas sillas negras que llenan la terraza de un café. En uno de los cubículos hay dos mujeres que hablan acerca de la pena de muerte. Escucho cómo alguien, en otro piso, enciende una aspiradora. El hombre de las tazas se despide. Vendrán algunas horas de revisar papeles, de sellarlos y archivarlos en carpetas verdes. Seis horas en que soy invulnerable, en que mi cuerpo sólo es afectado por el ruido incesante de una lejana aspiradora y por esta luz de porquería de septiembre.

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Elefante
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