Una carta que no envié


A mí cada vez me gusta mojarme más. Pasar quince minutos bajo la lluvia y después ver las calles relucientes como si alguien las hubiera cubierto de un plástico muy negro y muy nuevo. Me recuerdan la calle que veía desde la casa de mi abuela: tenía siete años, me sentaba en uno de los sillones de la sala (unos sillones cubiertos por un tapiz verde y sucio) y tomaba de la mano a mi prima. Cuando dejaba de llover la abuela nos dejaba salir a andar en bicicleta, recuerdo que lo que más me emocionaba era pasar y romper el charco que se formaba frente a la tienda de abarrotes.





Estas tardes frías me llevan a la infancia que pasé con mis primos y con mi abuela. Ellos fueron las primeras personas que amé realmente. Roberto y Adriana (así se llaman mis primos) fueron además a los primeros que vi desnudos con la conciencia del deseo (esos cuerpos flacuchentos y blancos, llenos de pecas, esos rostros con las facciones tan correctas y con el pelo obscuro). Ellos son los protagonistas de la novela que escribía.



1 comentario:

dèbora hadaza dijo...

"Roberto y Adriana (así se llaman mis primos) fueron además a los primeros que vi desnudos con la conciencia del deseo (esos cuerpos flacuchentos y blancos, llenos de pecas, esos rostros con las facciones tan correctas y con el pelo obscuro)."

esta tambien pero es amable de no de amabilidad sino de amor

Elefante
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costasinmarcostasinmar