En los libros de Adalber Salas Hernández existen varios ejes temáticos
(la política, el lenguaje, la extranjería), en los textos de Brumario la muerte está en el centro. Salas en su obra busca dar forma, a través de
la claridad y del rigor, a las incertidumbres que causan la enfermedad y el
desasosiego corporal.
A portrait of the artist as a young man
Se acerca a la mesa lentamente.
En una mano lleva el café que acaba
de comprar y en la otra el tacto ávido y hostil
de la resaca. Lo veo llegar, caminando como si
la mitad de los pasos los diera en otro mundo,
y sentarse a discutir sobre literatura (¿y sobre
qué más?) con esa pasión inútil que lo caracteriza.
Poco después, se levanta para ir a clases, todavía
huele a alcohol y sueño, pero no importa, es un
joven poeta, debe recabar experiencias, vivir
a fondo. En los salones suele permanecer callado,
esperando algún error del profesor para
corregirlo, rimbombante. En los jardines de la
universidad, fuma marihuana mientras lee
autores bizantinos del siglo xii y, por supuesto,
a Roberto Bolaño. Escucha Radiohead, Tom
Waits, Charly García y Dermis Tatú. Cuando
los encuentra, compra discos de acetato, aunque
no tiene cómo reproducirlos. Casi no come y
duerme lo indispensable; lleva a cuestas un insomnio
desteñido que de algún modo le queda grande,
como si fuera el saco de alguien más. No entiende
de deportes, pero quisiera ser boxeador
para dejar caer el dato en las conversaciones.
Anda de pareja en pareja, porque el deseo
es naturalmente disperso, ya lo decía Freud
luego de meterse unos pases. Ha publicado algunos
textos en revistas que nadie lee. Administra un
blog. De madrugada, inmerso en la claridad
pastosa de la lámpara, escribe un poema tras otro,
con urgencia, creyendo que, si acumula los
suficientes, le saldrá un alma como un
tubérculo, un alma como un cáncer,
un bulto lírico y hambriento que se le notará
bajo la camisa. Tiene claro que morirá joven,
pero no ha decidido de qué; tal vez
se incline por la sobredosis, sin embargo
también lo tienta irse de mochilero a recorrer
las autopistas abandonadas que dibujan el
mundo a ciegas, y morir allí de tanto espacio.
Lo primero que uno nota de él, son sus ojos:
tiene los mismos ojos que los perros, llenos de una
infancia irreconocible, que nunca termina. Como si
una parte de él viviera en la prehistoria del dolor
o la dicha. Como si hubiera robado un pasado que no
comprende. Acaba de levantarse de la mesa, aún
lo veo, casi se tropieza y derrama el café, pero
milagrosamente lo salva. Seguro iba rumiando
alguna efusión lírica, algo parecido a que ha visto
a las mejores mentes de su generación destruidas por
la locura, hambrientas, histéricas, desnudas, algo que
en definitiva debería anotar más tarde. Ahí va,
manos miopes, cabello largo, buscando la sombra
de las palabras, el silencio que destilan, ese
sudor ácido. Sale de la cafetería y siento alivio. Nunca
hubiera aceptado firmar un poema tan aburrido
y tan poco importante como este.
Lee y descarga Brumario de Adalber Salas Hernández en Cartografías de la UNAM.
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